Los leprosos, en tiempo de Jesús, estaban condenados a la marginación.
Tenían que vivir a las afueras de las ciudades en grupos más o menos numerosos, refugiándose en cuevas o en chabolas…
Vestían sus cuerpos con harapos, mientras se les caía la carne a pedazos y malvivian aguardando que les llegara la muerte…
Rechazados por todos y malditos de Dios, ya que su terrible enfermedad se consideraba además, la consecuencia de algún pecado cometido…
Ante los leprosos, todos huían…
Sin embargo, Jesús se estremecía… se acercaba, les tendía la mano y los sanaba… porque para él, la enfermedad más inmunda no era la lepra sino la dureza de corazón.
Un grupo de estos leprosos que mendigaban juntos gritó un día a Jesús suplicando misericordia…
Y es que a los pobres, llega un momento en que solo les queda un recurso: gritar. Es el grito de aquellos que muestran su desgarro y su dolor, en busca de ayuda y compasión.
Y entre aquellos leprosos sanados por Jesús había un samaritano… lo cual es algo que sorprende ya que había una vieja enemistad entre judíos y samaritanos…
Sin embargo, siendo de distinta raza y religión, aquellos pobres hombres habían sido hermanados por el dolor que compartían… lo cual, les hacía olvidar sus diferencias sus recelos y sus odios.
Pero lo que debemos destacar de esta historia es que mientras los ingratos compañeros del samaritano, al ser curados por Jesús, se limitaron a cumplir el rito de ir a los sacerdotes del Templo para obtener el certificado de pureza legal y se habían olvidado de lo más importante que era agradeceré el don recibido, el samaritano, en vez de ir al Templo, se volvió para buscar a, Jesús y postrarse a sus pies para darle las gracias, alabando a Dios con grandes gritos.
Todos fueron sanados, pero solo uno alcanzó la salvación… solo el corazón agradecido del samaritano pudo escuchar:
«Tu fe te ha salvado»
Y ¿que añade la salvación, de la que habla el evangelio, a algo tan importante para un enfermo como recobrar la salud?
Aparentemente no añade nada, pero lo transforma todo.
Manuel Velázquez Martín.