El panorama laboral y las perspectivas de futuro de nuestros jóvenes son desoladoras.
Los jóvenes son carne de cañón de un mercado laboral cada vez más precario y des-regulado con contratos basura, salarios vergonzosos, cotizaciones mínimas y horarios ilegales…
Por lo cual, abrirse camino en la vida está siendo una ardua tarea para toda una generación de jóvenes resignados que andan, de un sitio para otro, haciendo cursos y presentando currículums en las oficinas de empleo o en las empresas fraudulentas que se aprovechan de ellos.
No corrió mejor suerte el joven Jesús de Nazaret, que después de bastantes años de aprendizaje y de trabajo duro en el taller de su padre, que le enseñó el oficio, también tuvo que andar dando tumbos y removiendo las conciencias, sin otras credenciales que una carta de presentación de su primo Juan el Bautista.
La verdad es que Jesús no tenia en su «currículum vitae» grandes títulos académicos que acreditaran su preparación, su capacidad o su experiencia.
Pero, a pesar de todo, después de treinta años de silencio, trabajo y diálogo con Dios, en la escuela de la vida, si que se sentía capacitado para ofrecer todo lo que era… su persona y sus ganas, que eran muchas, de sentirse útil y de ayudar a los demás.
Pero, sobre todo, estaba convencido de una cosa: que tenía que salir de la resignación y el pesimismo imperante para convertir sus sueños en una empresa viable.
Para eso, se hizo «educador de calle» y fue comprometiendo a un grupo de amigos… de gente pobre, sencilla y maltratada por la vida, para que le ayudaran a elaborar su apasionante «proyecto de fin de carrera».
Un proyecto que no consiste en encontrar una salida para el problema de cada uno, bajo el grito de «salvarse quien pueda», sino en acabar con el pecado y la injusticia del mundo, que nos envuelve a todos como una red de poderosas estructuras económicas, sociales y culturales que nos asfixian y nos impiden crecer en humanidad.
Lo cual supone dejar de ser conformista y resignado para empezar a ser un valiente emprendedor… pues como nos recuerda Balzac: «la resignación es un suicidio cotidiano».
Manuel Velázquez Martín.