Si a través del túnel del tiempo, nos acercamos a Cafarnaun, la pequeña aldea junto al mar de Tiberiades, y preguntamos por Pedro, el viejo pescador, seguro que le encontraremos, sentado a la puerta de su casa ordenando sus recuerdos…

Y al preguntarle qué fue de su vida a partir del encuentro que tuvo en la playa con aquel Jesús que conmocionaba a las gentes por los caminos y las ciudades de Galilea… seguramente que no sabrá hacernos ningún tratado doctrinal…

Nos hablará, más bien, de aquella mirada que encendió una luz y llenó de claridad su corazón… y de aquella voz que pronunció su nombre y le cambió la vida…

Y esta será, sin duda, la mejor declaración dogmática, que con un inconfundible sabor a evangelio, nos podrá hacer el primer papa.

Cuando no había catedrales, ni Código de Derecho Canónico ni siquiera libro de bautismos… y cuando la Santa Sede y la Cátedra de Pedro no tenían nada que ver con aquel suntuoso trono de bronce dorado enmarcado en la gloria de Bernini… sino con este poyete encalado y llenó de macetas de geranios que hemos encontrado al llegar a la entrada de la humilde casa de este Pedro que, según él mismo nos cuenta, un día decidió subir a Roma, al mismo corazón del Imperio, desnudo de poder y llenó de evangelio, como un pobre más, para ofrecer al resto de los pobres sometidos a las instituciones del imperio, nuevas conexiones de amor y fraternidad en nombre de Jesús…

Y lo pagó bien caro… pues le costó la vida como al Maestro.

Seguramente que este viejo pescador, será incapaz de hacernos un sesudo compendio doctrinal, ni un discurso ante el cuerpo diplomático… pero lo que sí es cierto es que guardará siempre en su corazón la luz de aquella mirada y el eco de aquella voz que una mañana, le invitó a seguirle…

Por eso, cuando se pone a hablar de lo más grande que le ha pasado, siempre nos dice lo mismo: «Me refiero a Jesús de Nazaret que pasó por el mundo haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal… aunque la cosa empezó en Galilea.»

Y ¿por qué todo empezó en Galilea?

Para que quede bien claro desde dónde y con qué criterios, se construye el Reino de Dios, o lo que es lo mismo: el mundo nuevo que hay que hacer.

  • Desde la frontera, no desde los centros de poder.
  • Desde los pobres, no desde los instalados y los satisfechos.

Para esto llamó Jesús a Pedro y a todos los demás. Por eso está claro que hay que volver al principio… Si la Iglesia quiere ser fiel al Jesús que predica, tiene que abandonar todas las instituciones de poder y sacudirse todos los signos imperiales, que aún arrastra… y volver a caminar a la intemperie de la vida con todos los pobres que quieran vivir el ideal de fraternidad que nos propone el evangelio.

Manuel Velázquez Martín.