En este mundo hay gente que piensa que rezar es algo inútil.
Y creo, que dentro de sus planteamientos, pueden tener razón… porque si ellos piensan que todo lo que necesitan lo pueden conseguir con su propio esfuerzo o por medio de la técnica, el poder o el dinero, cuando necesiten algo, se moverán en la línea de buscar dinero, poder o influencias para conseguir aquello que buscan, en vez de ponerse a rezar.

Y en esto, pueden ser coherentes… pero en lo que ciertamente se equivocan es en pensar que todo lo que de verdad necesitamos, se puede conseguir con el propio esfuerzo, la técnica, el dinero o los amigos poderosos e influyentes.

Porque precisamente las cosas más importantes, las que más necesitamos y las que casi nunca buscamos, no tienen precio… y en este ámbito es donde se sitúa la profunda e inefable experiencia de la oración.

La oración no es pues, un elemento más de nuestro sistema mercantilista.
Porque no podemos tratar a Dios como un fontanero del que solo nos acordamos cuando los grifos de nuestra casa anden mal… esto sería tener una visión puramente utilitarista de Dios.

Por eso no tiene sentido preguntarse por la utilidad de la oración… porque los que rezamos, no lo hacemos para conseguir ventajas, rezamos porque creemos y porque amamos y la oración no es más que eso: el lenguaje de la fe y del amor.

Y la mejor oración no es la que logra que Dios quiera lo que yo quiero, sino la que logra que yo llegue a querer lo que Dios quiere para mí, que será siempre lo mejor.

Rezar es un impulso del corazón… es tomar conciencia y sentirte envuelto en la mirada de quién sabes que te quiere como nadie…es algo tan grande y a la vez tan sencillo como amar y dejarse amar.

Jesús de Nazaret nos dejó las líneas maestras de la autentica experiencia de oración y todo gira en torno a una sola palabra.

Esta palabra clave consiste en atreverse a llamar a Dios Padre – Madre. Esta palabra es la llave para adentrarse a lo más profundo del misterio de Dios. Una sola palabra que intenta descubrirnos, no solo la verdad de Dios sino la única verdad de nosotros mismos.

Una hermosa palabra, que llena de paz el corazón y nos empuja a soñar con un mundo nuevo de hijos y de hermanos.

Manuel Velazquez Martín