Nuestras manos también hablan… y tienen mucho que decir.
Aunque es cierto que todas nuestras vivencias se van guardando, de una manera sutil, en nuestro subconsciente, también es cierto que estas mismas experiencias quedan grabadas y archivadas, de forma física y a través de símbolos, en muestras propias manos.
En la contextura de nuestras manos… de tantas manos laboriosas de carpinteros, albañiles, chatarreros, sanitarios, soldadores… va quedando escrito lo más importante que cada uno ha vivido: los sentimientos, el trabajo realizado y gran parte de nuestra trayectoria profesional y vital.
Por eso, las manos, además de un componente físico y biológico, tienen una gran fuerza simbólica y, yo diría que incluso espiritual, que conecta con las fibras más profundas de nuestro ser.
Con un gesto de la mano podemos desatar los horrores del odio, el desprecio o la venganza… o podemos generar afecto, amistad, gratitud o la mayor confianza.
Por lo cual, frente a algunas manos que se han vuelto duras, oscuras, insensibles… frente a esas manos que ofenden, hieren, explotan y mutilan física y moralmente a tanta gente rota, aplastada, indigente y mutilada… gente que se ha quedado
– sin manos o con las manos atrofiadas porque no tienen posibilidades de trabajo,
– sin pies porque le han cerrado todos los caminos,
– sin rostro porque le han robado la identidad, la dignidad y la honra…
Hay que valorar y tener un gesto de reconocimiento a tantas manos sensibles, bondadosas, generosas, compasivas… manos, a veces, invisibles pero eficaces en el hospital, en el lecho de muerte, en el despacho, en el andamio, en la fábrica, el hogar o la oficina… manos que transmiten seguridad y cariño, manos afectuosas que cuidan y sostienen con amor… manos que apoyan, que protegen, que restauran…
Y esto es muy importante, porque en las manos es donde están nuestras verdaderas señas de identidad.(no pueden existir dos huellas dactilares idénticas)
Por eso el Jesús picapedrero, el de las penosas jornadas del trabajo duro y precario, para ganarse la vida… y el de los gestos rotundos para ganarse la muerte… cuando quiso darse a conocer a quienes le buscaban entre los muertos, les mostró sus manos rotas, machacadas, abiertas, transparentes, luminosas… y llenas de vida.
Así lo hizo ante aquel grupo de amigos encogidos y arrugados por el virus de un miedo paralizante y así lo sigue haciendo hoy entre nosotros.
Estamos viviendo tiempos difíciles y oscuros… y nos preparamos para vivir otros bastante complicados, sobre todo para los que se han quedado sin nada.
Y frente a un virus que se contagia y genera dolor, enfermedad y muerte, nosotros hemos de contagiar vida y esperanza.
El mundo necesita que hablen nuestras manos llenas de ideales y dispuestas a construir, cada día, una nueva civilización donde compartamos todo aquello que generosamente hemos recibido… garantizando para todos, las tres T con las que sueña el papa Francisco:
– Tierra
– Techo
– Trabajo.
Y si alguna vez sentimos que nuestras manos se engarrotan, se endurecen o se atrofian por la lucha o el cansancio, no nos demos por vencidos … pues nunca estamos solos para llevar adelante esta apasionante tarea…
¿Quién no ha sentido alguna vez en su hombro el roce suave de esa mano llagada del Maestro?
Manuel Velázquez Martín.