Vivimos en un mundo injusto donde no paramos de buscar pretextos para excluir o marginar a las personas que no nos caen bien. El pretexto puede ser la raza, el sexo, la cultura, la procedencia… o cualquier otra circunstancia que nos sirva de excusa para apartar de nuestra vida a quien nos interesa.

En la antigüedad, uno de los pretextos esgrimidos para excluir a algunos seres humanos, era la enfermedad de la lepra. De hecho, sabemos que en tiempo de Jesús, había muchos leprosos en Israel que aparecían siempre en grupos, fuera de las ciudades, lejos de la gente, deambulando y gritando por los caminos …

Y todo ello, porque el sistema social no tenía ninguna respuesta para estas personas.
Solo había una cosa clara: que nadie quería tenerlas cerca.

Y además, había algo mucho peor: la institución religiosa, en vez de ser un motor de liberación, se había convertido, para ellos, en una causa más de marginación pues los dirigentes religiosos, además de considerarlos enfermos, los consideraba impuros. Por lo cual, además de excluidos, eran excomulgados, en nombre de Dios.

Esta era la situación.

Y atentos, porque ahora viene lo bueno… Ahora viene la Buena Noticia que anunciamos:

Jesús, el picapedrero rebelde, que aprendió a trabajar en silencio en Nazaret, mientras observaba la vida y compartía el dolor de los pobres de su pueblo… un día, empujado por el Espíritu, se tiro a la calle consciente de que había venido a este mundo a contagiar salud y vida … y acabar con todos los pretextos y todas las barreras, que marginan y hacen sufrir a la gente.

Y ahí sigue todavia, por los caminos del mundo…haciendo lo único que sabe hacer:
– cuando todos rechazan, él acoge,
– cuando todos huyen, él se acerca,
– cuando todos dicen que no hay nada que hacer, él te ofrece la gran oportunidad de empezar algo nuevo…

Pero ciertamente su oferta de vida, no la aprovecha todo el mundo de la misma manera.

De aquellos diez leprosos del camino, (nueve judíos y un samaritano) irreconciliables en la vida, pero unidos en la desgracia y en la miseria compartida, los nueve judíos volvieron al templo de Jerusalén, para seguir aferrados a sus tradiciones y a la rutina de siempre, sin descubrir ningún horizonte nuevo para sus vidas.

Solo el samaritano, doblemente marginado (por extranjero y por samaritano) no solo se le limpió la piel, sino que se le cambió el corazón y la vida.

Los nueve judíos volvieron al Templo y siguieron siendo esclavos de la Ley y miembros de una sociedad y de una religión excluyente.

Pero el samaritano se fue dando saltos de alegría por el camino y no tuvo que ir a ningún templo, pues en Jesús encontró el verdadero templo que nos cambia la vida y nos hace más libres, más felices y más agradecidos.

Por eso, solo él pudo escuchar de labios de Jesús la repetida frase que atraviesa todo el evangelio: «Tú fe te ha sanado».

Esta es la terapia de la fe.

Manuel Velázquez Martín.