El mundo nuevo que soñamos tiene que nacer de un proyecto humanizador que garantice espacios abiertos de justicia y dignidad para todos.
Es un proyecto que Dios ama.
Que cuenta con denominación de origen, desde que Jesús de Nazaret, jornalero de la viña, se atrevió a llamarlo el Reino de su Padre.
Y que además «hay que currárselo» ya que ha de abrirse paso, en medio de dificultades, en los extensos campos de este mundo donde aparece mezclado el trigo y la cizaña.
Pero en esta historia hay algo que, sin duda, nos sorprende.
Y es la paciencia y tolerancia del dueño de los campos, frente a la intransigencia de aquellos, que se declaran sus siervos, y se atreven a pedirle cuentas al dueño por permitir que, junto al trigo, pueda crecer la cizaña.
Y estas actitudes abundan, por desgracia.
Querer arrancar la cizaña, acabar con «la gente mala» eliminar al que no vive, ni piensa como nosotros que somos «los buenos» y estamos en posesión de la verdad … es la pretensión de todos los fanatismos, los integrismos y los fundamentalismos que existen en el mundo.
Cuando se radicaliza el sentimiento de recelo frente al otro, fácilmente se recurre a la violencia: decimos que hay que acabar con él, eliminarlo, arrancarlo de raíz…
Pero estas actitudes violentas, nunca resuelven nada, ya que eliminar al contrario no es vencerlo, es simplemente matarlo…
Y matar al otro es suicidarse a sí mismo.
Y cuando digo esto, no trato de favorecer el «todo vale» «todo da igual» «todo es relativo»… que también está muy de moda en nuestros días.
Es cierto que la cizaña es una mala hierba que invade los cultivos y reduce el rendimiento robándole al trigo la luz, el agua y los nutrientes de la tierra.
Pero hay que saber esperar.
Lo cual supone no absolutizar nuestras ideas, ni creernos más ni mejores que nadie … y aprender a aceptar nuestras limitaciones y a valorar las razones, los pensamientos, las intenciones y la capacidad de cambio de los demás.
Resulta que el trigo y la cizaña se parecen mucho cuando brotan y están empezando a crecer… el trigo joven es hermano de la cizaña y sus raíces se entrelazan en el mismo suelo, por lo cual existe el peligro de que, con nuestra impaciencia por arrancar la mala hierba, nos carguemos la cosecha.
Por eso, el evangelio nos invita siempre a mirar a la naturaleza.
LA NATURALEZA TIENE MUCHO
QUE ENSEÑARNOS
Sobre todo, si tenemos limpios los ojos y abiertas las puertas de nuestra sensibilidad.
Lo que ocurre es que, a veces, llegamos al campo devorados por la prisa, y con criterios de pura eficacia y de rendimiento a corto plazo… y nos encontramos con la calma de una naturaleza que requiere su tiempo y sus ciclos… y que no admite prisas ni locas aventuras.
Por eso los hombres y mujeres pegados a la tierra están muy llenos de paciencia y de sabiduría.
Solo desde esa atmósfera podremos entender la lectura final de esta parábola del trigo y la cizaña.
Nuestro mundo y nuestra Iglesia es plural y en ellos viven entrelazados el bien y el mal…
Y a pesar de ello, hay quien siente la loca impaciencia de organizar cruzadas para acabar con el mal y arrancar de raíz la mala hierba… lo cual es un disparate.
Porque, ¿quiénes somos nosotros para dar certificados de buena o mala conducta a nadie, sobre todo, cuando sabemos que el bien y el mal están tan mezclados, incluso dentro de nuestro propio corazón?.
Manuel Velázquez Martín