Me da vergüenza estar sentado en esta «mesa – trampa» en la que nos espiamos unos a otros.

No quisiera participar en este banquete competitivo dónde se pone de manifiesto el orgullo y la vanidad de unos comensales que se pelean por ocupar los primeros puestos y dónde se nos invita a vivir instalados en una permanente falsedad e hipocresía, estableciendo entre nosotros unas falsas relaciones basadas en la mentira.
Vivimos en un mundo que adora lo externo, la pura apariencia, el maquillaje, las modas, las cirugías estéticas y las píldoras vitamínicas…

Y los organizadores de esta fiesta que saben muy bien que a todos nos gusta sobresalir, ser reconocidos, aparecer en sitios destacados, presidir, ser de primera fila, subir más arriba y codearnos con la gente importante…desarrolla en nosotros los bajos instintos y el deseo de ser valorados, más por lo que aparentamos, que por lo que por lo que realmente somos.Lo cual es una grave enfermedad que nos hace ridículos y nos conduce a la ruina.

Sin embargo, el evangelio nos ofrece varios antídotos para salir de esta mesa competitiva y construir la mesa solidaria de la fraternidad, donde se nos garantiza a todos, la verdadera hondura y el espesor de la vida a través del amor compartido… que es lo más grande a lo que cualquiera de nosotros podríamos aspirar.

Se trata de dos actitudes fundamentales:

  • La primera es la  PROFUNDA HUMILDAD, que consiste en «hacerse pequeño en las grandezas humanas» no como norma de urbanidad o de educación, o como pura estrategia, sino como actitud profunda del que tiene el justo conocimiento de sí mismo para ocupar exactamente, su propio lugar en el mundo, sin falsas aspiraciones de grandeza.
  • La segunda es la AUTENTICA GENEROSIDAD, en una sociedad donde se compra y se paga prácticamente todo: el trabajo, la enseñanza, el deporte, los votos, e incluso, la vida y la amistad… el amor es verdadero cuando es gratuito y no busca recompensa alguna.

«Cuando invites a alguien a tu mesa, no invites a gente importante, invita a la gente pobre … y dichoso tú, porque esos no pueden pagarte»
Desconcertante.
Aquí se funden los plomos de toda lógica humana.

En un mundo donde todas las cosas llevan el precio marcado, donde las relaciones humanas están dirigidas por el interés, donde se llama felices a los que hacen todas sus actividades rentables… viene hoy Jesús el picapedrero, y después de una dura jornada de trabajo, se ha querido sentar con nosotros en nuestra mesa competitiva para aguar la fiesta de nuestras vanidades y decirnos, con claridad, lo equivocados que estamos.

Manuel Velázquez Martín.