La sal es necesaria para evitar que algunas cosas se nos echen a perder y también para poner un punto de buen sabor en nuestras comidas.
Y la luz es imprescindible para ver las cosas como son, para no tropezar unos con otros y para librarnos del frío y de la oscuridad de la noche.
Por eso, cuando el evangelio nos dice hoy que somos «la sal de la tierra» y «la luz del mundo» lo que nos está diciendo es que debemos cuidar de este mundo para que no se corrompa, no se pudra, no se eche a perder…
Y que debemos ofrecernos unos a otros, la claridad de aquellos ideales, valores, criterios y principios que iluminen y den sentido a nuestra vida…
Sin embargo, con frecuencia, nos quejamos todos de la gran corrupción existente en tantos ambientes e instituciones de nuestro mundo en las que, basta con acercarse a ellas, para percibir un cierto olor a podrido.
Y también nos quejamos de tanta ceguera, tanta falta de luz y de sentido, tanta tristeza y oscuridad que, a veces, nos rodea.
Por eso nos preguntamos:
- ¿Qué hemos hecho con la sal?
- ¿Qué hemos hecho con la luz?
No podemos dejar que la sal quede desvirtuada e insípida, dentro de los hermosos saleros de nuestros ambientes cerrados…
Ni podemos ocultar la luz metiéndola debajo de la cama o dentro de un cajón…
Nuestra sal debe estar en el potaje del mundo… allí donde se cuece algo… allí dónde se deciden y se organizan las cosas que nos afectan a todos…
Y nuestra luz debe ser para ponerla en alto, en un lugar visible para que ilumine y alegre la vida de todos los que viven en la casa…
Pero además, hay que decir, que solo se puede dar el buen sabor del evangelio diluyéndose, sin ser reconocidos ni aplaudidos… y que no se puede proyectar ninguna luz sin consumirse…
Lo cual significa que lo único que da sabor y sentido a la vida es el amor, como nos recuerda el profeta Isaías:
«Ama y brillarás»
» Parte tú pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo y no te cierres a tu propia carne…
Cuándo destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tú pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas y tú oscuridad se volverá mediodía».
Manuel Velázquez Martín.