A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de encontrarme con personas que me manifestaron no tener fe… y después descubrí que no eran incrédulas sino personas que pedían cosas dignas de creerse.
Y es que, en realidad, a veces, los creyentes presentamos una imagen de Dios tan ridícula y estrecha que no puede resistir la comparación con mucha de la buena gente que hemos tenido la alegría de conocer en el mundo.
¿Y que Dios puede ser este que, a la hora de elegir, no es preferible al mejor de nuestros amigos?
Por eso, es necesario acabar con ciertas figuraciones y falsas imágenes de un Dios que no aguantan ni siquiera cinco minutos de reflexión.
Por desgracia, hay todavía gente que pretende funcionar creyendo en dioses justicieros, vengativos, castigadores, fatalistas, tapa-agujeros…
Dioses con pretensiones de ser serios, solemnes y estirados pero tan rancios, aburridos y vanidosos como ellos mismos… y esto es algo que se lo tendrían que mirar.
Sin embargo, hoy estamos contentos de que el Dios del evangelio haya decidido ser bastante menos excelentísimo de lo que algunos piensan, para bajar de su cielo y sentarse en la pradera para compartir la merienda con nosotros.
Estamos contentos de que Dios haya dejado de ser una idea abstracta, un ser frio, distante y lejano…. para ser una familia, una casa grande, unas manos calientes y un corazón abierto.
Inspiro esta reflexión en la imagen que adjunto, tomada de una vidriera del coro de la Iglesia de las Trinitarias de Suesa en Cantabria.
En ella aparecen tres personas en movimiento, como el Amor…
En círculo abierto… como invitando a cualquiera a unirse a su danza.
La Trinidad como baile de amor y de gozo de un Dios representado por tres mujeres, no por tres ángeles como en el conocido icono de Rublev, ni por tres varones, como casi siempre ocurre.
Felicidades a esta comunidad y a todos los que hoy nos acercamos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde y nos llenamos de alegría al saborear, experimentar y disfrutar del baile de este Dios Trinidad…
La danza de la Vida abierta, en circulo, a toda piel, raza, sexo y cultura…
Manuel Velázquez Martin