Los hijos de Zebedeo: Santiago y Juan, se acercaron a Jesús con intención de pedirle algo… y él se volvió y les preguntó: «¿Que queréis que haga por vosotros?»
Y la respuesta de estos dos hermanos fue sorprendente:
«Queremos que nos permitas sentarnos»… pero no en cualquier sitio, sino en un sillón de mando… en un sitio reservado… en un sitio de honor.
No olvidemos que Jesús iba «de camino» e iba proponiendo a sus amigos todo lo contrario de lo que ellos pedían… porque no era tiempo de sentarse, sino de ponerse en marcha por esa arriesgada senda del amor y de la entrega, que él mismo había elegido.
Sin embargo, ellos tenían otras aspiraciones… ellos soñaban con el poder y la gloria… porque lo que les gustaba realmente era mandar…
Este era su problema
Y este problema de los Zebedeos suele ser el problema de todos… también nuestro problema.
Por eso, los otros diez se enfadaron con los dos hermanos e iniciaron una disputa generalizada, de todos contra todos…
Y de la misma manera, nosotros seguimos hoy rivalizando en esta lucha por el poder.
Una lucha pura y dura, y a veces, hasta sangrienta que suscita, con frecuencia, toda clase de envidias, odios y resentimientos.
Por eso, en su revolución, Jesús de Nazaret, rehuyó siempre la toma del poder.
Él nos propone algo muy distinto, que consiste en crear una comunidad de hermanos implicados en un proyecto de entrega mutua y en el que todos estemos profundamente vinculados a la justicia y a la misericordia.
Los poderosos del mundo tiranizan a los pueblos y los oprimen utilizando su buena posición para dominar a los demás y buscar su propio beneficio…
Y lo mismo los «trepas» que siguen esa ruta, intentan subir, ellos solos, ignorando a los demás y si hace falta, utilizándolos para alcanzar sus propósitos…
«Que no sea así entre vosotros», nos recuerda el evangelio.
Lo cual quiere decir, que existe otra forma más humana de ser y de vivir...
Y si asumimos este reto, nuestra propia vida puede ser la prueba definitiva de que otra revolución es posible… y de que hay otras formas más civilizadas de cambiar el mundo que están, sin duda, a nuestro alcance.
Manuel Velázquez Martín