Vivimos en un mundo lleno de conflictos a todos los niveles.
Entre todos creamos situaciones muy duras que abren heridas profundas que enfrentan a personas, familias, comunidades y pueblos y nos sitúan a unos frente a otros.
Y lo peor de todo es que, a veces, solo sabemos reprocharnos las recíprocas ofensas, con lo cual, cada vez se ahonda más en la enemistad y en el conflicto.
Y así es como vamos acumulando odio, rencor o deseos de venganza, que nos corroen por dentro y no solucionan nada.
Por eso, ante este panorama, el evangelio quiere ayudarnos a desarrollar nuestra creatividad y a encontrar nuevos caminos que nos hagan descubrir que la espiral del odio y de la violencia solo se desactiva con el perdón.
Lo cual no significa ignorar las injusticias cometidas o dejar de defender la dignidad y los derechos de cualquier persona humillada.
Al contrario: si alguien perdona es precisamente para destruir definitivamente la injusticia y para ayudar al injusto a actuar de una manera diferente… pues el perdón es un gesto que cambia de raíz las relaciones humanas y nos obliga a plantearnos la convivencia de una manera distinta.
El evangelio insiste en que el perdón cristiano nace de la experiencia de haber sido perdonado.
Solo el que ha experimentado la misericordia de Dios es capaz de practicarla con los demás.
De Dios lo recibimos todo… y sin embargo, no le debemos nada… porque las relaciones que él establece con nosotros no son las de un acreedor, sino las de un Padre.
Y experimentar esto es como un aire fresco que se siente en el alma y como un agua limpia que purifica, en un mundo de relaciones interesadas.
Es como un manantial purificador que pasa por nosotros … y hay que procurar que no se estanque y pueda fluir hacia los demás…
Pues si no le damos salida y permitimos que esa corriente se estanque en el corazón, se convertirá, en nosotros, en una charca de agua podrida y llena de resentimientos.
Por eso nos equivocamos cuando pretendemos irrumpir con una calculadora en un misterio de amor o intentamos usar nuestros pobres números para llevar la contabilidad o para medir el perdón.
Manuel Velázquez Martín.