Seguir a Jesús de Nazaret es humanizar nuestra vida… es abrirnos a todas las posibilidades humanas de bondad, tolerancia y desprendimiento… y entrar por la puerta de la generosidad y del corazón abierto.
Esa puerta es estrecha pero nos abre horizontes de vida insospechada.
Porque en la vida no hay grandeza sin desprendimiento,
no hay libertad sin sacrificio, ni hay vida sin esfuerzo… que es una palabra que prácticamente se ha eliminado de nuestro vocabulario vital.
El esfuerzo es algo que hoy apenas se enseña o se propone porque preferimos seguir vegetando en una sociedad blandita en donde la lucha por la superación se considera algo que ya pertenece al pasado.
Por eso es necesario recuperar la cultura del esfuerzo que es lo único que nos puede ayudar a recuperar nuestras mejores capacidades.
Es cierto que la vida blandengue nos resulta más cómoda y más apetecible pero nos destruye como seres humanos y no nos lleva a ningún sitio.
Por eso el evangelio nos recuerda hoy que la puerta que conduce a la vida plena y «con sentido» es estrecha… pero sigue estando abierta…
Y también nos advierte que llegará un día en que esta se cerrará y algunos se quedarán fuera…
Y no será por falta de espacio pues la mesa de la fraternidad es amplia y generosa y en ella hay sitio para todos… y de hecho, vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur a sentarse en ella y disfrutar de la alegría de vivir.
Y cuando lleguen aporreando la puerta, los que se quedaron fuera, instalados en su fe blandita, acomodada y facilona, recibirán del dueño de la casa siempre la misma respuesta:
«No sé quién sois» y eso, aunque ellos le repliquen que han comido y bebido con él y le han escuchado hablar en sus plazas…
Y ante esto, alguien puede
preguntarse sorprendido, si el dueño de la casa es realmente bueno, al decir que no conoce a quienes él mismo invitó.
Pero no es así.
Los que se quedan fuera, es porque ellos mismos se excluyen.
Todos podemos ser esos que estuvieron siempre sentados en primera fila, que comieron y bebieron con él y escucharon sus palabras… pero a la vez, podemos ser esos que nunca entraron en la intimidad del hogar, que nunca fueron de casa porque nunca se sintieron hijos ni hermanos.
Y es que, a veces, establecemos con Dios y con los demás unas relaciones tan superficiales y tan de puro cumplimiento que nunca llegamos saborear el calor de hogar que nos ofrece el corazón de Dios.
Manuel Velázquez Martín.