Aquí estamos, llenos de dudas, encerrados en nuestras oscuras madrigueras, atrapados por el miedo… y sin querer enterarnos de que, justo al otro lado de nuestra puerta llena de cerrojos, nos aguarda una explosión de vida, con sentido…
Aquí estamos, tan positivistas y escépticos… y tan faltos de imaginación que si alguien, por fin, nos asegura que se ha abierto para él una brecha de luz en el muro vertical de su ceguera, le exigimos pruebas y evidencias para creer.
Necesitamos ver, palpar… comprobar con los sentidos.
Por eso, con frecuencia, también decimos:
«Si no lo veo no lo creo»
Realmente no es fácil creer en la resurrección en medio de las terribles situaciones de ruina y de muerte que estamos viviendo en nuestro mundo…
Pero ¿qué esperamos ver?
No olvidemos que lo primero que Jesús resucitado nos muestra son siempre sus heridas, que no han desaparecido, después de resucitar.
Lo que pasa es que quizás el resucitado nos decepciona porque no aparece ante nosotros con todo el éxito que esperábamos, ni rodeado de esa falsa alegría, superficial e ingenua que a veces, llevamos superpuesta.
No.
La resurrección no es un mensaje que se quede a flor de piel, sino que va dirigido a lo más profundo del corazón… y la paz que nos ofrece el evangelio, nos llena de gozo y fortaleza, pero no nos inmuniza ante las durezas de la vida.
Por eso, pienso con San Agustín, que primero hay que creer para poder ver y para poder vivir una vida con sentido… que no es otra cosa que abrirnos a la vida con todos los sentidos…
Atentos siempre a
– todo lo que pase a nuestro lado,
– todo lo que venga,
– todo lo que nos roce el corazón…
porque por ahí está circulando la verdadera Vida y nos está llegando Dios.
Por lo cual, sigo afirmando que hay que darle la vuelta a todo y empezar a creer para poder
– ver,
– palpar,
– gustar…
y comprobar, con todos los sentidos, el gozo incalculable de una nueva vida, con sentido.
Manuel Velázquez Martín.