La vida es una travesía interminable.
Por eso hay que salir de nuestros refugios, de nuestros apegos… y de todo aquello que nos resulta tan conocido y tan querido pero que, con frecuencia, nos limita y nos cierra el camino de nuestra superación.
Hay que romper el cordón umbilical de nuestras casas paternas y maternas y abandonar los espacios cerrados de nuestra comodidad, así como los rígidos esquemas en los que, a veces, vivimos atrapados.
Dios nos invita a salir a la puerta de nuestra cálida madriguera para que, con nuestra noche acuestas, miraremos al cielo y pongamos a contar las estrellas.
Y aunque esto nos parezca absurdo… es la única manera de que entendamos que, aunque seamos estériles, nuestros hijos pueden ser tan numerosos como las estrellas del cielo que nadie podría contar…
Pero para esto, hay que ensanchar nuestra tienda y también nuestras entrañas… como garantía de verdadero crecimiento y fecundidad.
Hay que subir a la montaña del esfuerzo y de la superación, donde se despeja el horizonte y se respira un aire mucho más limpio e incontaminado.
Lo cual supone sacudirse el miedo y acopiar fuerzas para avanzar por el camino de la purificación de nuestros ideales sin caer en la tentación de volvernos a instalar en las tiendas de la insolidaridad, la indiferencia o la rutina.
Supone bajarse de las nubes para implicarse y complicarse en la dura realidad que nos ha tocado vivir, anunciando para quien lo quiera oír, la buena noticia del evangelio de Jesús de Nazaret, con un rostro alegre y transfigurado.
Manuel Velázquez Martín