A veces, me cuesta entender mi oficio de sembrar.
Me cuesta aprender a sembrar sin cálculos mezquinos, sembrar sin miedo, sembrar con abundancia, sembrar sin exclusiones…
Pero lo que mas me cuesta es entender esta siembra «al voleo» de la que habla el evangelio, sin medios técnicos, sin espacios acotados, sin abrir surcos ni canalizaciones previas.
Y quizá mi falta de comprensión se deba al miedo a desollarme los pies caminando por duros pedregales o por terrenos ingratos llenos de cardos y espinas que laceran mi piel y la cubren de arañazos.
Me da miedo salir del espacio confortable de mi entorno a otros lugares desconocidos para mi… extraños, provocadores, inquietantes…
Si; a veces me da miedo patear la calle de las amplias periferias, sin que me pueda el cansancio o me deje influir por los datos estadísticos, las previsiones inciertas, las cuentas que no salen… o esa extraña sensación de que todo lo que haga será inútil.
Las semillas que llevamos en la alforja, las puso Dios en nosotros: son palabras que enseñan, acogen, perdonan, abren caminos y formas de caminar… son palabras que alientan y que sostienen, que hacen germinar en abundancia la ternura y el amor para hacer nuestra vida bastante mas humana y llevadera.
Dios se sembró a si mismo en una creación bella y armoniosa…
Se sembró en el rostro y en la vida de cada ser humano que llega a este mundo con un caudal inmenso de posibilidades…
Y, sobre todo, se sembró a si mismo en la carne herida de su Hijo Jesús, que habitó entre nosotros como jornalero pobre y que para subsistir hubo de salir, cada mañana, a la plaza del pueblo a ver si le contrataban los terratenientes y dueños de las fincas.
Desde entonces, Jesús de Nazaret, es esa Palabra que no vuelve al Padre vacía sino después de hacer su voluntad y de cumplir su encargo.
Y su encargo es sembrar y sembrarse.
Por eso, todos somos las dos cosas: semilla y terreno.
Somos el terreno que debe propiciar las condiciones para que la semilla germine…
Y somos la semilla que debe agarrarse al terreno de nuestro corazón para echar raíces profundas, que nos ayuden a vivir, crecer y ser.
En este mundo, donde cada día se hace más complicado encontrar personas entre tanta gente… somos conscientes de que esta semilla tropieza, cada día, con más tierra pedregosa, con cardos y con espinas… y que cae, muchas veces, sobre corazones duros como las piedras del camino… pero a pesar de todo, sabemos que habrá cosecha.
Y es que la semilla del evangelio tiene fuerza para fructificar y echar raíces profundas en cualquier puñadito de tierra que la abrace, junto a la dureza del camino o cerca del pedregal.
Si; sabemos que habrá cosecha, a pesar de las fuertes tormentas que puedan azotar nuestro mundo.
Porque las tormentas también nos curten, como a los árboles, haciendo que tengamos nuestras raíces mas fuertes y mas profundas.
Manuel Velázquez Martin.