Apostar por el proyecto liberador de Jesús de Nazaret en un mundo quebrado por la injusticia, el odio y la violencia, lleva consigo una inevitable dimensión conflictiva que puede generar en nosotros miedo.
Por eso, hoy el evangelio nos quiere ayudar a sacudirnos esa parte irracional e instintiva que, a veces, se nos cuela dentro, nos encoge el alma y nos paraliza, llegando a inhibirnos ante el sufrimiento de los pobres.
Porque no podemos dejarnos atrapar por el laberinto de nuestros miedos ni recluirnos en ese espacio, más o menos controlado, de supervivencia o zona VIP de nuestro confort en que vivimos anestesiados.
Se nos hacen tres propuestas:
NO TENER MIEDO A GRITAR CUANDO TODO EL MUNDO CALLA.
Porque no es tiempo de callar.
Que el miedo no impida liberar nuestros gritos y proclamar en pleno día, lo que hemos escuchado al oido, como un susurro, en el silencio de la noche.
No tengamos miedo a subir a los tejados de las tertulias televisivas y radiofónicas o de las redes sociales para desatar los gritos de nuestra libertad.
No tengamos miedo a gritar desde las azoteas de los sectores empobrecidos, los colectivos marginados y los barrios ignorados, lo que somos, lo que vivimos, lo que sentimos, lo que soñamos…
NO TENER MIEDO A ACEPTAR LO QUE SOMOS CUANDO NO TENEMOS NADA.
No tener miedo cuando vamos por la vida ligeros de equipaje, sin hoja de ruta y sin billete de vuelta… despojados de todo lo superfluo… pero, eso si, sobrados de entusiasmo y llenos de ideales…
Cuando pasamos de ambiciones y codicias, que convierten el mundo en un infierno y nos sentimos más libres y confiados que los pequeños gorriones que viven al día, sin pensar en el mañana… conscientes del valor que tenemos en las manos de aquel que nos sostiene…
NO TENER MIEDO A MORIR, SINO A VIVIR LA VIDA A MEDIAS.
El miedo a la muerte es el resumen de todos nuestros miedos.
Por eso, solo cuando perdamos el miedo a la muerte seremos capaces de vivir en plenitud.
Porque la muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual y de terreno… y porque lo único que perdemos con la muerte es lo que teníamos que haber aprendido a abandonar durante la vida.
Por eso, nuestra perdida solo puede ser parcial…
Podemos perder la vida, lo mismo que se puede cortar una flor… pero nadie podrá detener jamás la primavera.
Por eso, amigos,
¡NO TENGÁIS MIEDO!
NADIE PUEDE DETENER
LA PRIMAVERA DE LA VIDA,
LA FUERZA DEL EVANGELIO
ES IMPARABLE.
Manuel Velázquez Martin.