En cuaresma, somos empujados por el Espíritu hacia el desierto acompañados de nuestras grandes contradicciones.

El «desierto» puede ser el símbolo del lugar más íntimo y personal de nuestro propio ser, donde no puede entrar nadie…

Ese «adentro» que nos constituye y donde más nos sentimos nosotros mismos… y donde no puede entrar nadie.

Ese lugar donde no caben actitudes falsas o indecisas de maquillajes o apariencias y donde se pone de manifiesto la verdad del corazón humano…
Ese lugar donde hay que dar respuestas definitivas como:
– creer o no creer
– continuar o volverse atrás
– seguir el camino estrecho que libera
– o buscar el camino fácil que degrada…
El desierto es el lugar del silencio y de la escucha, el lugar de la purificación y de la prueba, donde se apagan las luces del cielo y se encienden las luces seductoras de la tierra…el lugar donde tenemos que librar las grandes batallas que han de dar sentido y consistencia a nuestra vida.
Y en esta lucha nos acompaña hoy el Jesús picapedrero que quiso asumir nuestra carne y fue engendrado por el Espíritu en el vientre de una campesina pobre.
Y desde entonces, esa misma herencia genética del Espíritu, le fue orientando y configurando la vida… y después de treinta años de duro trabajo compartiendo el destino de los más pobres, se sintió empujado por él al lugar de la purificación y de la prueba…
Y el tentador le pregunta:
«Pero ¿tú de qué vas, Jesús?»
Estás perdiendo el tiempo en Nazaret…
¡Aprovecha la oportunidad y no ocultes por más tiempo lo que vales!
Y así, frente al duro camino del esfuerzo y de la entrega, le fue ofreciendo los fáciles atajos de las puertas giratorias que ayudan a medrar y dan acceso a los oscuros, y a veces siniestros, laberintos del poder.
Pero él se mantuvo firme y no cayó en las tres trampas que le tendió el enemigo:
– Pretender utilizar sus recursos, su fuerza y a Dios mismo, si hace falta, para obtener el pan material… para saciar su hambre y asegurarse una estabilidad económica.
Olvidando que el ser humano es bastante más que pura economía
Y que «no sólo de pan vive el hombre…»
Por lo cual, su hambre no se sacia con cualquier cosa que le echen y necesita palabras de Vida.
– Ambicionar el poder y las influencias que te ofrece este mundo injusto… y
utilizar incluso a Dios para medrar y para endiosarse y quedarse con la gente… y así vivir engañado u/y engañando a los demás ante el espejismo de pensar que tenemos el mundo a nuestros pies.
– Buscar los caminos fáciles de la influencia, la especulación y el «pelotazo» a tiempo… y valerse también de esa religiosidad espectacular y milagrera que libera del trabajo humilde y constante, del compromiso y del esfuerzo de la fe del día a día.
Estas son las viejas tentaciones:
– las de ayer,
– las de hoy y
– las de siempre…
Y para vencerlas contamos, como Jesús, con:
– La fuerza del Espíritu y
– La luz de la Palabra.
Manuel Velázquez Martín.