Hay dos realidades en este mundo que se disputan el corazón humano:
– Dios y
– el dinero.
Y hay que saber elegir entre:
– el reino de Dios y su justicia o
– el reino del dinero y sus injusticias…
O la pasión por el Dios liberador que nos saca de la esclavitud y nos garantiza una vida plena y con sentido…
O la ambición de dinero que desplaza a Dios de nuestra vida y nos convierte en esclavos satisfechos…
Cuando se rechaza a Dios para servir a los intereses del dinero, el mundo se convierte en un mercado y todo se convierte en mercancia… incluso lo más sagrado, que es la vida y la dignidad humana.
Esto es lo que ya denunció Oseas y los demás profetas de Israel, que ponían de manifiesto los negocios sucios de aquellos que se enriquecían a costa de los pobres:
– las medidas manipuladas,
– los pesos con fraude,
– los precios inflados…
Hasta el punto de que los pobres se veían forzados a vender su libertad para poder subsistir.
Todo lo cual tiene una gran actualidad… pues nunca ha sido el mundo tan rico ni han existido tantos recursos disponibles de dinero, riquezas naturales y tecnología … y sin embargo en estos tiempos de opulencia, siguen existiendo multitud de pobres, migrantes, refugiados… personas y colectivos cada día más vulnerables y más gente marginada y sin futuro… que son víctimas sangrantes y sacrificios humanos ofrecidos al «dios dinero».
Por eso, si queremos humanizar el mundo no nos queda más alternativa que servir al Dios de la vida y no al dinero.
Es cierto que el Jesús picapedrero no creó ningún sistema económico… pero sí que nos dejó unos criterios claros para poder enjuiciar cualquier sistema.
Y lo primero que nos dejó muy claro es que el dinero no es Dios… por eso no puede estar nunca en el centro de la vida ni de las actividades humanas.
Y el ser humano no puede estar nunca al servicio del dinero… sino el dinero siempre al servicio de las necesidades humanas.
Ojalá que lo tuviéramos claro … y que aquellos que decimos estar comprometidos con el proyecto liberador que nos propone el evangelio, tuviéramos la misma astucia y sagacidad que tienen los que trafican con el dinero injusto para hacer sus negocios y sacar ventaja.
Manuel Velázquez Martín.