Con frecuencia me pregunto qué importantes debemos de ser para Dios, cuando ha querido acercarse tanto a nosotros, hasta el extremo de hacer suya nuestra carne, nuestra historia y nuestro destino.

Dios se ha acercado a nosotros de la manera más sorprendente que podría nadie imaginar: en la pequeñez, la debilidad y la fragilidad de un niño recién nacido, hijo de una familia pobre, integrante de una caravana de refugiados galileos sometidos al control y a los intereses del Imperio.

Con lo cual, se nos han roto los esquemas y se funden los plomos de los continuos razonamientos de nuestras mentes calculadoras. Y es que nadie puede entender que este niño del pesebre sea el mismo del que dice el evangelista San Juan que sostiene el universo y que «por medio de él se ha hecho todo lo que existe».

Lo cual es tan desconcertante, que nadie podía esperarlo…
Nadie esperaba:
un Dios mendigo,
un Dios emigrante,
un Dios sin prestigio,
un Dios sin hogar… nacido y crecido, a duras penas, en el umbral de la pobreza y la exclusión.

Por eso, contemplo hoy sobrecogido, el llanto de un niño pobre que ha venido a romper el prolongado silencio de Dios.

Y hay algo más sorprendente todavía: que al hacerse Dios carne de un niño pobre de la tierra, es el llanto, la única palabra que le queda.

Dios, Palabra Eterna, al hacerse carne se ha quedado mudo… y ahora tiene que aprender a hablar… a balbucir las primeras y las más sentidas palabras los más desgarrados gritos de los pobres.

Pero hay algo más bello todavía… y es que nuestro Dios no solo dice palabras, como las decimos nosotros, sino que todo él se hace Palabra

Porque Dios no dice cosas… Dios siempre se dice a sí mismo…
A través de la precariedad de ese niño pobre que sigue naciendo en la chabola, la cuadra o el derribo… Dios hoy, se dice a sí mismo.

Y pienso que de todo esto podríamos aprender algo… Por ejemplo, ¿no os parecería estupendo que en vez hablar tanto con nuestra lengua, aprendieramos de vez en cuando, a guardar silencio, para dejar que hable nuestra vida?.


Manuel Velázquez Martín.