Esta propuesta no es de un charlatán de feria, ni de un demagogo de los que hacen promesas fáciles para captar adeptos o atraer multitudes que le sigan a cualquier precio.
Es una propuesta de vida plena que nos hace Jesús de Nazaret y que no podemos asumir sin más, por pura costumbre, por tradición o por inercia… ya que supone una entrega generosa a tiempo completo y a fondo perdido.
Se trata pues, de
una OPCIÓN RADICAL y de
un COMPROMISO VITAL
porque sólo donde hay raíces, puede crecer la vida.
Y sobre todo, es un camino de libertad que, aunque suponga riesgo, se abraza por voluntad propia y con el disfrute personal del que se desprende, lleno de alegría, de todo lo que tiene, porque ha encontrado un tesoro de incalculable valor.
Y quiero subrayar lo de «el disfrute». Porque aunque el evangelio insista en que, a veces, hay que estar dispuesto a romper con el clan familiar, con la cultura heredada o incluso con los lazos de sangre … no es para restringir nuestra vida, ni nuestra libertad… sino para dilatarla.
Porque, todos sabemos, que hay familias abiertas al servicio de la sociedad y familias replegadas sobre sus propios intereses; hay familias que educan en el egoísmo y familias que enseñan solidaridad; hay familias liberadoras y familias asfixiantes y opresoras.
Por eso, lo importante y lo decisivo, no es la familia formada por vínculos de sangre, sino la gran familia que hay que construir entre todos, como espacio abierto de encuentro y solidaridad, donde a ningún sediento se le niegue un vaso de agua fresca.
Dios nos ha acogido a todos en su amor, en su casa en su familia… y de aquí nace la nueva consanguinidad que nos hace hermanos y nos implica en un amor radical, compasivo y solidario como el de Jesús.
Por lo cual, cargar con la cruz no es ser masoquista… ni jugarse el tipo por esta causa, es perder la vida… es la mejor forma de encontrarla y de ensanchar el diámetro y el horizonte de nuestro estrecho corazón.
Ante la crisis que atravesamos, nos estamos viendo obligados a reinventarnos en la lucha por nuestra subsistencia, sacando lo mas auténtico de nosotros mismos y dándonos cuenta de que lo que da valor a lo que somos va más allá de la melanina que oscurece o aclara las capas superficiales de nuestra piel, del dinero que tenemos o de los diplomas que adornan las paredes de nuestras casas…
Lo que nos da valor es la capacidad que todos tenemos de hacernos cargo los unos de los otros en la distancia o en la cercanía, en la alegría o en la dificultad, en la mutua estima o en la falta de comprensión.
Por eso, propongo que en el paso a lo que se ha llamado la «nueva normalidad» no olvidemos nunca la «nueva fraternidad».
Manuel Velázquez Martín.