Son muchas las pesadas cargas que arrastramos todos por la vida.
Hay cargas que nos las endosan otros con sus egoísmos, ambiciones, zancadillas y hasta mordiscos… y hay otras que nos las echamos encima, nosotros mismos, por nuestra mala cabeza y por nuestro deseo de adaptarnos a ese ambiente irracional que nos rodea, que nos programa la vida y nos crea falsas necesidades: «tienes que obtener», «tienes que hacer», «tienes que comprar»…
Lo cual es un engaño… ya que las mejores cosas de la vida no son cosas, ni se compran con dinero.
Pero hay una pesada carga, que algunos arrastramos, más grave todavía.
El peor yugo consiste siempre en soportar pesadas cargas sobre nuestros hombros, en nombre de Dios.
En la Biblia se hace frecuente referencia al dominio de los poderes políticos y de los imperios opresores que tuvo que soportar la gente del pueblo, como los Imperios de Egipto, Siria, Babilonia, Roma… que no eran «moco de pavo», pero, con ser esto muy grave, cuando el evangelio habla del «yugo» se está refiriendo a la ley religiosa que se había convertido en una carga insoportable para aquel pueblo al que los jefes religiosos le imponían la caricatura de un Dios frío, distante y exigente al que había que satisfacer y aplacar con sacrificios para tenerlo contento.
Es por eso por lo que la gente sencilla escuchaba con tanto interés a su paisano y vecino Jesús, de oficio picapedrero, que aunque no era letrado, ni escriba, ni maestro, los dejaba prendados cuando abría la boca para hablarles de un Dios bueno y cariñoso que nos ama con locura.
Un Dios padre y madre que siempre nos ayuda para hacernos la vida mas clara y mas sencilla, mas sana y mas alegre y, sobre todo bastante mas libre y llevadera.
Un Dios que se comunica con tal naturalidad y cercanía, que no necesita intermediarios, ni se deja encerrar en los espacios suntuosos ni acotados de los templos y que anda a sus anchas por la vida… para que así, sólo los pequeños, los mas pobres y los mas desdichados de la tierra le entiendan y le sigan alegres y esperanzados.
Sin embargo, los sabios y entendidos, la gente estirada y orgullosa y los teólogos oficiales seguirán sin enterarse de nada.
Porque para entender estas cosas…. para adquirir la verdadera sabiduría, no nos sirven las claves de la ciencia, del poder o del dinero.
A los sabios y entendidos se les embota la cabeza con sus fríos razonamientos.
A los poderosos se les ofusca la mente por su orgullos y ambiciones.
Y los ricos tampoco pueden ver ni entender que los verdaderos valores que dan sentido a la vida no se puedan comprar con todo el dinero del mundo.
Por eso es una gozada poder gritar hoy, llenos de alegría, con la persona más amable y humilde de corazón… con este Jesús picapedrero del evangelio, que nos recuerda que las cosas más importantes y las que pueden hacernos mas felices, Dios no ha permitido que caigan en manos de los acapararadores de siempre.
Ellos ya lo tienen todo: el poder, el saber y el dinero.
Lo único que nos faltaba es que también quisieran apoderarse de Dios.
Manuel Velázquez Martin.