Duro lenguaje el de Jesús de Nazaret para desenmascarar la vanidad, la ostentación, el afán de notoriedad y la falsa religiosidad de los escribas, que aparentaban ser buenos para aprovecharse de los demás y buscaban los asientos de honor en los banquetes y en las sinagogas mientras devoraban los bienes de las viudas «con la excusa de largos rezos».
¡Cuidado con esta gente! nos advierte el evangelio… porque su religión es falsa.
Y frente a este exhibicionismo religioso de escribas y funcionarios oportunistas del Templo, el Jesús picapedrero conecta con las corrientes subterráneas de la tradición profética y sapiencial de aquel pueblo a través de dos historias cuyas protagonistas tienen tres cosas en común el ser:
– mujeres
– viudas y
– pobres
En primer lugar, la viuda de la aldea de Sarepta que, en tiempo del profeta Elías, tuvo que soportar una terrible sequía que hizo que sus habitantes padecieran una profunda crisis, hasta el punto de que llegara a faltar lo más básico que puede contar en la vida de una persona: había poca agua, escaseaba la leña y en las orzas de algunas casas ya no quedaba más que un puñado de harina y en las alcuzas, a penas, una lágrima de aceite…
Y en esa situación aparece pidiendo ayuda, un caminante… que viene de lejos, un extranjero…un emigrante.
Y es precisamente esta viuda pobre y desvalida que estaba agotando su pan y su esperanza y se disponía a morir, con su hijo, después de comer el último panecillo y de beber el único sorbo de agua que les quedaba… es ella la que abre caminos para acoger y salvar la vida de aquel pobre desamparado que acaba de llegar.
Y después de comer todos: ella, su hijo y el extranjero, «ni la horza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó».
Es el milagro del compartir.
Y despues, el ejemplo de la viuda pobre del Templo de Jerusalén que en el mismo buzón de las ofrendas en el que los ricos depositaban grandes cantidades del dinero que les sobraba, aprovechándose de Dios para quedar bien y alimentar su orgullo… ella puso las dos monedas de cobre que poseía y que necesitaba para vivir.
Y es así, como dando todo lo que tenía, se dió a sí misma.
El gesto de estas dos mujeres representa la existencia misma de Jesús de Nazaret… el pobre que tomando en sus manos el último trozo de pan que le quedaba, nos entregó con él su vida entera.
Y quiere también representar a este pueblo pobre que somos, a esta comunidad creyente que intentamos ser… a quienes también hoy se nos pide el último puñado de harina y el menguado chorreón de aceite que nos queda y que seguro que nosotros necesitamos para vivir…
Pero si, a pesar de todo, somos capaces de confiar en Dios y entregarlo, con corazón generoso, se producirá el milagro de que nunca llegue a faltar en nuestra mesa este mismo pan partido y repartido entre los pobres…
No seamos de los que juegan a dar sin darse…
Porque quién solo da lo que le sobra, no da nada…
Y solo da de verdad el que es capaz de darse por entero…
Estas son las matemáticas de Dios:
Cuando lo damos todo…cuando nos damos,
ganamos lo que perdemos,
sumamos lo que restamos,
y abrimos surcos de vida
frente al dolor y la muerte.
Manuel Velázquez Martín.