La crisis del Covid -19 ha puesto al mundo ante el espejo… y la imagen que vemos no nos gusta nada.
No ha sido una guerra nuclear, ni un cataclismo, ni una acción terrorista global… ha sido un pequeño virus… algo tan simple y a la vez tan desconocido como un microorganismo el que ha puesto todo patas arriba y ha dado al traste con la idea de que la globalización podía ser exclusivamente económica y que los serios problemas ocasionados encontrarían solución inmediata en aquellos países con recursos y economías avanzadas.
Pero no ha sido así.
Esta pandemia ha venido a poner de manifiesto nuestra vulnerabilidad y a desvelar las serías contradicciones de los postulados neoliberales.
El sistema mundial está colapsado y el orden vigente es incapaz de responder a los grandes desafíos planetarios.
Y aunque a alguien le parezca que esta crisis ha llegado por sorpresa, queda claro que se trata de algo que se venía cocinando a fuego lento.
Todo es consecuencia de nuestro modo de afrontar la realidad creyéndonos los señores absolutos de nuestra propia vida y de todo lo que existe… Consecuencia de nuestras superfluas necesidades, nuestros consumos irracionales y nuestras falsas seguridades que nos hicieron creer que la libertad de mercado lo regulaba todo y los avances tecnológicos tenían respuesta para todo…
Pero no es así.
El duro golpe de esta pandemia nos obliga a descubrir que nos hemos alimentado de falsos sueños de esplendor y de grandeza y a reconocer que debemos replantearnos nuestros hábitos de vida, la organización de nuestra sociedad y también, el sentido de nuestra existencia.
El Covid -19 amenaza el bienestar de todos, en todas partes, pero golpea con más fuerza a los más vulnerables.
Ya existían grandes desigualdades que ahora se han ensanchado y se están haciendo más visibles.
Alrededor de 2000 millones de personas venían trabajando en el sector informal o economía sumergida, es decir, sin un contrato y sin ninguna regulación que los pudiera protejer frente a sucesos como este… y esta es la dura realidad en la que hoy viven muchas familias de nuestros barrios ignorados.
La única salida es no volver, como algunos pretenden, a la vieja normalidad de refundar el capitalismo salvaje sino apostar por un nuevo orden fundado sobre bases racionales y sostenibles que tengan alcance global, sin caer en soluciones autoritarias.
Lo cual significaría un reparto mucho más justo de la riqueza evitando un consumo desenfrenado incompatible con la supervivencia de la especie humana en el planeta.
Así nos lo recuerda el Papa Francisco en su reciente Encíclica «Fratelli tutti»
«Ojalá descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado«.
Manuel Velázquez Martín.