Esta parábola evangélica es como una radiografía de este mundo injusto donde el derroche de unos es causa de la miseria de otros…y donde aquellos que viven a lo grande se hacen insensibles al dolor de los que sufren.

Porque lo peor de la riqueza es, precisamente, esa triste cualidad de volver insensible el corazón humano: lo endurece y lo encallece… es como una especie de tela de araña que va cerrando todas las puertas y ventanas por donde nos podía llegar la llamada del hermano necesitado.

Nos cierra los oídos y nos hace sordos…
Nos cierra los ojos y nos hace ciegos… para que, desde nuestra jaula dorada, no oigamos ni veamos que, a la puerta misma de nuestro disfrute, hay un hermano, lleno de llagas y muerto de hambre.

El mensaje de esta parábola es, sin duda, muy actual porque estamos construyendo un mundo donde existe un abismo, una distancia insalvable, entre la opulencia y el despilfarro de unos y el hambre y la miseria de otros ( entre el Norte y el Sur, entre los países desarrollados y los países más empobrecidos).

Y es que bastante más de la mitad de la población mundial anda, como Lázaro, buscando esas migajas que dejan caer los dueños del mundo de las mesas de sus suculentos banquetes.

Si; todos los empobrecidos nos miran… porque siguen estando a las puertas de los palacios, de los grandes negocios financieros, de los grandes bancos y de nuestras propias casas esperando algo de nuestras sobras.

Y no podemos mirar para otro lado, como hacen la mayoría de los líderes que desgobiernan el mundo… que están bastante más interesados en construir muros para proteger sus privilegios que en invertir en justicia para mantener la estabilidad mundial y garantizar la verdadera paz.

La comunidad de Jesús tampoco puede permanecer indiferente… ni puede convertirse en una comunidad cerrada… sino que debe ser un espacio siempre abierto donde se comparta, se respete, se comprenda y se acoja.

Manuel Velázquez Martín.