Por un lado, están los monigotes del poder, que nos intentan dar una falsa imagen de seguridad, pero que en realidad, no son nada.

No son más que vulgares muñecos de trapo, mediocres y vacíos …

Son como fantasmas sostenidos por sus corruptos y apesebrados clientes y aduladores que se pegan como garrapatas a las ubres del poder que ellos ostentan, para hacerles la pelota y ver lo que rebañan.

Ellos tienen siempre sus incondicionales seguidores y sus perros falderos, codiciosos, arribistas del pelotazo o del dinero fácil y bastantes satélites de los que buscan la forma de medrar…

Se consideran importantes porque creen que lo tienen todo… pero solo son esclavos de sus propias ambiciones y dueños absolutos de la nada… porque a la hora de la verdad, sólo cuentan con el desprecio de la gente honorable y de las personas decentes.

Y por otro lado, está el HOMBRE DESNUDO …

El hombre libre y despojado de ambiciones, verdadero rey, dueño y señor de sí mismo y de las cosas…

El hombre que no necesita rodearse de ejércitos, asesores, guardaespaldas o matones… pues su mayor aspiración es tener solo verdaderos amigos…

El hombre que, en vez de discursos y falsas promesas, ofrece a la gente semillas que deben sembrar y cuidar con tesón, para que den su fruto…

El hombre que, con su propia existencia, nos ha dado a conocer la clave de la verdadera grandeza humana que consiste en dejar de vivir para sí mismo y empezar a vivir para los demás.

Manuel Velázquez Martín.