Sin casa propia, ni sitio estable donde reclinar la cabeza el Jesús itinerante y desplazado desde antes de nacer, y humilde picapedrero… cuando el trabajo escaseaba en el taller de su padre, tuvo que salir, más de una vez, a la plaza del pueblo a ver si los dueños de las tierras le contrataban para ganarse el jornal.
Y desde su propia experiencia de jornalero, pensó enseguida en que Dios también tiene una tierra que labrar y un gran trabajo que hacer: construir ese mundo justo, fraterno y habitable que soñamos y que entre todos podemos ir haciendo realidad.
Y para hacer este trabajo, abre las puertas de la viña, y llama a todos los que quieran responder…
Y aunque unos perciban la llamada o la hagan efectiva, antes y otros después, al final de la jornada, todos reciben lo mismo: un denario, que en tiempo de Jesús era el salario justo para la subsistencia digna de una familia.
Con lo cual, se están rompiendo todos los esquemas y las leyes de la economía capitalista y de los contratos basura.
Y es que la propuesta consiste en que en el mundo nuevo que hay que hacer, no haya últimos ni primeros… y todos seamos hermanos.
Que todos trabajemos según podamos y todos recibamos, no según nuestra méritos o capacidades, sino según nuestras necesidades.
Una recompensa igual para un trabajo desigual… es decir, para todos el mismo denario indivisible del amor: para los que trabajaron la jornada completa y para los que lo hicieron a tiempo parcial porque lo importante no es el puro rendimiento económico sino la entrega sincera de quien cree y colabora, como sabe o como puede, en el proyecto.
Lo cual, es una tremenda bofetada a la mentalidad mercantilista típica del liberalismo capitalista en que vivimos.
Con todo ello, el evangelio nos está diciendo que detrás de esta realidad no existen las relaciones de un amo con sus siervos sino las de un Padre con sus hijos.
Nuestra relación con él no se fundamenta en un contrato laboral.
Porque no somos asalariados… somos hijos, y por consiguiente, hermanos.
Por eso, al final de la jornada todos recibiremos lo mismo: todo el amor del Padre.
Porque el amor auténtico no se puede fraccionar como el dinero.
El amor es total, o no es amor.
Por eso, la única moneda de curso legal que debe empezar a circular entre nosotros es la del amor sincero que no tiene nada que ver con nuestro sucio dinero dividido y fraccionado…que también divide y fracciona a la comunidad.
Manuel Velázquez Martín.