Nos llama la atención que Jesús de Nazaret, una vez que se hizo mayor y llegó a ser un hombre recio y firme, la primera decisión que tomó fue irse al río Jordán para tirarse al agua.

Y es que el agua es la principal fuente de la vida.

Sin agua, sólo hay en nuestro mundo, muerte y desolación…

Por eso, cuando el libro del Génesis nos quiere contar el principio de todo, nos presenta el Espíritu de Dios alentando sobre las aguas para que recibieran el orden y la armonía que hicieron del mundo un paraíso lleno de múltiples y sorprendentes formas de vida.

Y si la vida nació del agua, porque rompemos la armonía, manchamos, estropeamos y arruinamos el mundo, tenemos que volver nuevamente al principio de todo: tenemos que volver al agua.

Dicen que el mundo hace aguas… y que está un poco roto debido a fuertes ambiciones de injustos acaparadores…

Algunos quieren privatizar el agua, como tantas cosas… como si pudieran atraparla… a ella tan limpia y cristalina, tan dinámica y tan clara… cómo si pudieran apropiársela en forma de nube, de lluvia, de río, de mar de ola de rocío, de cauce, de nieve o de cascada…

Pero el agua no tiene fronteras… y es un recurso común, patrimonio de toda la familia humana, aunque millones de personas sepan que conseguirla es su drama cotidiano.
Por eso, tenemos que volver a las fuentes de agua viva para que, renacidos, podamos llegar tan lejos como el agua nos lleve.

Creo que la sequía más pertinaz que padecemos es la de afecto y esa sed no llega a calmarse en cualquier fuente ni con cualquier sucedáneo.

  • Hay una sed de cariño que nos desborda.
  • Hay una sed de Dios que nos inquieta.
  • Hay una sed de sentido que nos golpea.
  • Hay una sed que nos convierte en eternos buscadores de fuentes eternas de agua viva.

Tenemos sed de todo… en los surcos de nuestra vida hay una sed implacable…
Somos mendigos sedientos que nunca se sacian…
Por eso, se nos han regalado muchos surtidores…

Hay un surtidor en ti, en mi y en todos… para que nuestra sed no se vuelva insoportable.

Pero hay también esa otra sed vital y eterna como nos dice Antonio Machado en su poema:
» Ay del que llega sediento
a ver el agua correr,
y dice: la sed que siento
no me la calma el beber».


Manuel Velázquez Martín.