En nuestra vida diaria, al utilizar los recursos que tenemos al alcance de nuestra mano, lo hacemos con plena autonomía… pues tomamos decisiones, gestionamos, compramos, vendemos, traemos, llevamos… y así nos creemos dueños absolutos de aquello que consideramos nuestro.
Esta es la razón de que usemos con demasiada frecuencia la palabra «mío».
Todos hablamos de, «mi» casa, «mi trabajo, «mi» familia, «mi» tiempo o «mi» habilidad para hacer esto o aquello…
Sin embargo, no somos dueños de nada.
Nada nos pertenece… ni las cosas, ni las personas, ni el tiempo, ni los cargos que ocupamos, ni las capacidades que tenemos, ni el cuerpo que habitamos… ni siquiera la vida que disfrutamos…
Todo es un don que debemos cuidar, respetar y, sobre todo, administrar bien y no solo en función de nuestros propios intereses sino del bien común.
Este es el mensaje fundamental que nos propone hoy el evangelio por medio de la parábola de los dos administradores:
– El administrador fiel, prudente y previsor que supo partir y repartir los recursos de que disponía para que no faltara, a su debido tiempo, la ración de alimento para todos los que vivían y trabajaban en aquella casa…
– Y el administrador negligente, desleal e irresponsable que, con la excusa de que su señor tardaba en llegar, olvidó sus obligaciones y empezó a comer, beber, emborracharse y maltratar a sus compañeros…
También nosotros estamos llamados a administrar el tiempo, la salud, las relaciones y capacidades… sin malgastar, derrochar o dilapidar… unos bienes que no son nuestros.
La muerte es un buen recordatorio de que no somos dueños de nada.
Nada hemos traído a este mundo y nada nos podremos llevar: ni el dinero ahorrado, ni el coche, ni la finca, ni el móvil, ni el patinete…
sólo nos acompañará siempre nuestro buen hacer y nuestra buena gestión a la hora de haber administrado eficazmente los recursos disponibles para que a nadie le faltara lo necesario.
Y aunque el criado infiel pensara que su señor tardaba demasiado en llegar y eso le hiciera olvidar sus obligaciones… sabemos que el Señor y dueño de nuestra vida vendrá el día que no esperamos y a la hora que no sabemos…
Pues aunque, a veces, parezca lo contrario, Dios no está ausente, ni distante, ni distraído… está trabajando para sacar adelante su plan liberador en medio de los duros avatares de nuestra vida… para darnos al final, mucho más de lo que esperamos.
Manuel Velázquez Martín.