Despedir a una muchedumbre cansada y hambrienta para que cada uno se busque la vida como pueda, antes de que caiga la noche, nos puede parecer incluso, una postura razonable… o incluso una manera fácil de resolver un problema… cuando lo que en realidad se está haciendo, es no resolver nada, para que todo siga igual.

Esta es siempre la falsa salida que nos ofrece el sistema imperante ante la injusticia y el sufrimiento humano: despedir a los que están cansados y con hambre para que vayan a comprar… es decir, para que entren en la dinámica del mercado.

El que tenga dinero, que pagué al contado, o con tarjeta… el que no tenga dinero, que pida un préstamo al banco, y lo pague con intereses… o que hipoteque su vida y sus cosas… con el riesgo de verse desahuciado, y dar con sus huesos en la calle, para siempre…

Y esto es lo que hay…

Pero lo peor, es que pensamos que esto es lo «normal»… y lo que todos aceptamos como lo más «racional».

Sin embargo, el evangelio nos pide hoy, que vayamos más allá de nuestra racionalidad… y que sigamos los dictados, no de la razón, sino los del corazón: «Dadles vosotros de comer».

Y para dar de comer a todos los empobrecidos de la tierra, no habrá que multiplicar el pan, porque ya hay más que suficiente en las mesas de los ricos y en las entidades puramente especulativas…

Bastará con multiplicar la solidaridad.

Si; hay que atreverse a poner encima de la mesa común, todo lo que somos y tenemos, que no es sólo nuestro, ni es para nosotros.

El pan es de Dios… por eso hay que
– bendecirlo,
– partirlo y
– repartirlo

Estos son los tres gestos inconfundibles de Jesús de Nazaret.

La bendición es un gesto de reconocimiento y agradecimiento, totalmente contrario a nuestra actitud de dominio y explotación.

Quien bendice el pan, ya no puede guardarlo en su despensa, mientras haya alguien que lo necesite.

Si aceptamos vivir en esta actitud de bendición, hay que tener muy claro que el pan es para hacer crecer la vida y no para el interés o para el negocio.

Pero, hay que decir, que además del hambre material, todos tenemos otras hambres más profundas…

Por eso Dios mismo, se ha hecho pan.

El evangelio dice que Jesús «no tenía tiempo ni para comer» y sin embargo, Él alimentaba a todos con su Palabra y con la fuerza curativa de su Espíritu, para poder saciar nuestras hambres infinitas y para darnos VIDA ETERNA que es lo mismo que decir: vida con sentido y calidad de vida.

Manuel Velázquez Martín.