Esta noche, Dios me ha tomado de la mano, como hizo un día con Abraham, y me ha dicho:
«Mira al cielo y cuenta las estrellas… si es que puedes»
Pero el cielo de esta noche oscura, solo está surcado por bolas de fuego y de metralla…
La oscuridad de esta noche no nos deja ver las estrellas pues para los poderosos del mundo y para los honorables granujas de la guerra, que solo viven del dolor ajeno, lo único que cuenta son las cabezas nucleares que guardan en sus arsenales para seguir lanzando al cielo ráfagas de muerte, con la absurda pretensión de destruir el mundo, con tal de mantenerse ellos a flote.
Por eso en nuestro cielo, empañado por el odio, hoy no brillan las estrellas a pesar de que existan ochenta mil millones de galaxias y cada una de ellas albergue cientos de miles de millones de soles.
Sin embargo, nuestro Universo sigue siendo asombroso… y para descubrirlo no necesitamos telescopios gigantes, ni estaciones orbitales, solo nos basta con tener los ojos limpios y saber mirar hacia arriba, aunque solo sea a través de la ventana…
Por eso, hoy Dios nos sigue invitando a mirar a ese universo que nos trasciende para darnos mucho más de lo que, en el fondo, buscamos y deseamos.
Abraham, que en esta historia nos representa a todos, buscaba solo un hijo y Dios le hizo padre de un gran pueblo… y le hizo salir del espacio estrecho de su tierra para darle una tierra mucho mejor…
Y hoy el evangelio nos recuerda que en Jesús de Nazaret, se ha encendido una luz y ha brillado una lumbrera en la que se cumplen todas las promesas.
En este humilde Jesús picapedrero que pasó tantas noches al raso, bajo el cielo estrellado, buscando la luz en medio de la oscuridad, ha brillado, para nosotros, el rostro luminoso del Padre… y desde entonces:
– Nunca ha estado Dios tan cerca, ni ha sido tan amigo nuestro.
– Nunca hemos conocido a un Dios tan generoso, tan entregado, tan alegre y tan bueno con todos.
– Nunca nos hemos considerado miembros de una familia tan grande, tan rica y tan diversa.
– Nunca nos hemos sentido tan hermanos, tan amigos, tan cercanos y tan implicados los unos con los otros.
Por eso Jesús es:
– el Hijo de la promesa.
– el verdadero Sol que nos alumbra, desde abajo y desde dentro… y que colma, con creces todas nuestras aspiraciones.
Pero eso sí… siempre desde abajo, para que no corramos el mismo riesgo de Ícaro, el personaje mitológico griego, que quiso volar tan cerca del sol que la cera de sus alas se derritió y cayó estrepitosamente al suelo.
(Y que tomen buena nota aquellos que se endiosan… cómo los excelentísimos, los ilustrísimos, los eminentisimos y los reverendisimos… monigotes del poder) cuantos más atributos, complementos, suplementos o añadiduras pongan sobre sus cabezas… y más se quieran encumbrar, más grande será la caída.
Manuel Velázquez Martín.