Jesús resucitado saluda a sus amigos con las mismas palabras que era costumbre saludar en Palestina:
«Paz a vosotros».
Pero este saludo habitual entre los judíos, adquiere en Jesús un sentido completamente nuevo.
Él ya lo había anunciado: » La paz que yo os doy no es como la que os da este mundo».
Y es que vivimos, por desgracia, en un mundo donde se nos ha enseñado a pensar y a vivir desde la cultura de la guerra… y todos hemos escuchado, con frecuencia, expresiones como estás:
» La mejor defensa es el ataque» o
» Si quieres la paz, prepárate para la guerra»
Y así nos va…
Estamos todos marcados en nuestra memoria y en nuestra propia carne, con los estigmas de tantas guerras y conflictos que nos sacuden y nos envuelven por todas partes con una capacidad destructiva creciente, que afectan, sobre todo, a los más pobres y a los más débiles.
Todas las guerras empiezan por la intolerancia y el miedo a la diversidad del otro y se alimentan del deseo de posesión y de la voluntad de dominio que van envenenando y deteriorando, poco a poco, las relaciones humanas, hasta llegar a destruirnos unos a otros.
Este es el mundo en el que nos ha tocado vivir… un mundo donde todas nuestras guerras y escaramuzas las intentamos sellar con la falsa paz de los cementerios…
Esto es a lo más que llegamos:
a inventarnos unas paces totalmente ficticias basadas en el miedo, el equilibrio de fuerzas y en unos tratados o acuerdos de paz que en cualquier momento pueden quebrarse o estallar con bastante más fuerza y virulencia que antes…
Paces artificiales que fomentan nuestra cobardía y nuestra evasión y que nos alejan de nuestros compromisos y responsabilidades.
Porque la verdadera paz es un don de Dios…
Y esa es la paz que nos ofrece Jesús resucitado:
Una paz que nace de la verdad, de la justicia y del perdón.
Una paz que nunca ahoga nuestros sueños y que, en medio de las más duras pruebas, es capaz de hacer que no nos sintamos turbados ni con miedo.
Los creyentes estamos llamados a vivir en paz y en armonía, incluso en situaciones de conflicto, en un mundo tan cargado de rupturas y enfrentamientos y rodeados de tantas situaciones tan complejas y difíciles de manejar.
Esta es la paz verdadera… la extraña y sorprendente paz que cantó el obispo Pedro Casaldaliga en este hermoso poema:
«Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha
como una flor de fuego;
que rompe en plena noche
cómo un canto escondido;
que llega en plena muerte
cómo el beso esperado.
Danos la paz de los que andan siempre, desnudos de ventajas,
vestidos por el viento
de una esperanza nubil.
Aquella paz del pobre
que ha vencido el miedo.
Aquella paz del libre
que se aferra a la vida.
La paz que se comparte,
en igualdad fraterna,
cómo el agua y la Hostia
Manuel Velázquez Martín.