Jesús de Nazaret fue violentamente asesinado a las afueras de la ciudad por ser considerado una amenaza para la religión y para el Imperio.
Y murió en la cruz, que era, sin duda, el más cruel instrumento de tortura y de muerte para esclavos, conspiradores y enemigos peligrosos…
Sin embargo todos hemos oído alguna vez que Jesús murió en la cruz para expiar una deuda contraída por nuestros pecados… y que esa crucifixión fue un sacrificio querido y aceptado por Dios para reparar esta deuda.
Con lo cual se nos intenta vender la falsa imagen de un Dios sádico, vengativo y pijotero que se complace en hacer sufrir a sus criaturas… que es algo, además de ridículo totalmente ajeno al rostro del Dios que nos muestra el Evangelio.
Por lo cual es importante que afirmemos que Jesús fue crucificado por su peculiar manera de ser y de vivir…
murió por:
– su amor y su bondad,
– su irresistible libertad frente al poder y
– su compromiso con los más pobres y necesitados…
Y hay que decir muy alto que el Dios de Jesús no nos pide sangre, ni sacrificios, ni satisfacción alguna, como nos ha pretendido mostrar ese tipo de «religión expiatoria» que no salva, ni libera.
El dolor no nos salva… todo lo contrario
El dolor es aquello de lo que debemos ser salvados.
Por eso, lo que a Jesús realmente le importó siempre, es el sufrimiento de la gente:
– de la gente que sufre y
– de la gente que hace sufrir.
Porque todos ellos, los que sufren y los que hacen sufrir, son los que necesitan sanación.
El Dios de Jesús se define a sí mismo como «compasivo» y «misericordioso»… con un corazón tan grande que en él cabe todo el mundo, sin excluir a nadie, y dando siempre preferencia a los más necesitados, indefensos y olvidados.
Por eso hoy me atrevo a gritar:
¡ Bendito seas tú, mi Jesús picapedrero, que por ser tan libre, fuiste crucificado… y maldita sea tu cruz y la de todos aquellos que hoy siguen siendo crucificados!.
Manuel Velazquez Martín