Acostumbrados al triste panorama humano de un mundo saturado de egoísmo y ambiciones y, sobre todo, lleno de corazones mezquinos, se nos invita a tener una experiencia distinta, mucho más positiva y gratificante.

Por eso hoy, Jesús de Nazaret, nos toma hoy de la mano y nos invita a asomarnos a un paisaje infinitamente más hermoso y atrayente: el corazón de Dios…

Ese Dios, al que solemos tener un poco desplazado, arrinconado… o claramente suprimido en nuestra vida.Y la verdad es que merece la pena… porque no hay nada igual, en nuestro mundo, por mucho que busquemos…

Y si encontramos algo, que de lejos, se le parezca, es porque es un reflejo suyo.

Dios se nos muestra siempre como un buscador incansable: como un pastor bueno que pierde una oveja, como una mujer pobre que pierde una moneda o como un padre que perdió a ese hijo que pensó equivocadamente, que sería feliz, el día en que se fuera de casa…el día en que el Padre y los hermanos, desaparecieran del horizonte de su vida.

Ese hijo que elige libremente su camino y ese Padre que accede a su deseo sin decir ni una palabra.

Pero nunca dejará de buscarlo y de esperarlo

Dios es así: un buscador incansable del que se perdió o se quiso perder, en el camino.

Y tenemos que subrayar lo de incansable.

Porque nosotros, si echamos mano de nuestra experiencia de haber perdido algo, que consideramos importante como: nuestra documentación, las tarjetas de crédito, las llaves de nuestra casa… miramos y remitamos en todas partes, preguntamos, removemos todas las cosas, andamos y reandamos el camino… y no paramos de buscar, porque sentimos como una comezón dentro que nos impide quedarnos quietos…

Pero llega el momento en que nos cansamos de buscar… y si no encontramos las llaves de casa, las damos por perdidas y cambiamos la cerradura.

Y eso es lo que el Dios de Jesús y del evangelio no hará nunca: dar a nadie por perdido.

Dios nos está buscando.

Dejémonos encontrar… volvamos a casa…

Salgamos de la oscuridad, volvamos a la alegría de vivir en la vida fraterna…

Todos tenemos nuestra zonas oscuras.

Todos somos ovejas perdidas, buscadas y encontradas por Dios, como el Pueblo de Israel que después de caer en la idolatría, tuvo que dar muchas vueltas y revueltas para encontrar el camino de casa…o como Pablo de Tarso que se encontró con Jesús en el camino de Damasco y le cambió la vida y eso le hizo cambiar la orientación de su camino, porque se dió cuenta de que iba en dirección contraria.

Volvamos a casa!

Allí encontraremos al mejor de los padres
– que respeta siempre la libertad de sus hijos, aunque la usen mal…
– que acepta el derroche de sus bienes a cambio de la madurez de sus hijos…
– que espera nuestra vuelta con los brazos abiertos sin pedirnos cuentas de nada…
– que nos ofrece su perdón antes de que se lo pidamos…
– que nos invita a hacer de la vida una fiesta de hermanos…
Volvamos a casa!

Manuel Velázquez Martín.