Insólitas y desconcertantes las palabras del Jesús picapedrero:
«¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división».
Y no es que Jesús haya venido a traer violencia… es que en aquella Palestina pobre, sedienta de justicia y dominada por el Imperio, la idea de la paz estaba estrechamente ligada a la llamada «paz romana»… una paz impuesta por la fuerza y no basada en la justicia sino en el poder y el sometimiento… Y la paz que nos ofrece Jesús, por el contrario, viene a romper todas las falsas paces de este mundo que intentan encubrir los conflictos reales, por medio de componendas.
El mensaje de Jesús no puede dejar a nadie indiferente y compromete la vida entera… por eso es siempre conflictivo para
– el que lo cree,
– el que lo practica y
– el que lo anuncia a los demás…
El evangelio no intenta darnos una falsa tranquilidad, sino que introduce el conflicto en nuestro propio corazón al poner de manifiesto la injusticia y la mentira en la que, con frecuencia, vivimos instalados…
Nos desgarra, nos sacude, nos zarandea por dentro y hace estallar los falsos vínculos y las falsas relaciones que crea el egoísmo.
Por eso, seguir a Jesús supone tomar decisiones que implican cambios profundos en nuestra vida y nos exige tomar opciones a veces no compartidas con los que nos rodean, lo cual suele crear tensiones incluso con los miembros de nuestra propia familia y sobre todo, con este mundo cuyos valores son contrarios a lo que nos propone el evangelio.
Por esta razón, Jesús nos habla de fuegos vitales y de incendios interiores que purifican y que hay que extender y propagar:
«Yo he venido a prender fuego en el mundo y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!».
Se refiere al fuego del Espíritu, el fuego abrasador del amor, que sigue ardiendo a lo largo de la historia… y que debe prender en todos aquellos que le siguen para que alumbre su oscuridad… y lo puedan contagiar a otros para que arda, desaparezca y no quede ni rastro de
– tanta injusticia,
– tanta mentira y
– tanta podredumbre como almacena este mundo…
Pero
¿contagiamos el fuego?
¿tenemos fuego?
¿nos queda fuego?
Manuel Velázquez Martín.